El soldado enamorado

La Gran Guerra, luego llamada Primera Guerra Mundial, fue la apoteosis del nacionalismo. El calambrazo patriótico tuvo tanta intensidad que duró más de dos décadas y abarcó el siguiente conflicto planetario. En aquella época forjaron su identidad los clubes de fútbol y adoptaron una determinada estructura, copiada, como era de esperar, de las naciones: se dotaron de banderas, himnos, pasados gloriosos y enemigos eternos. Los himnos balompédicos suelen denotar su origen. Tienden a la pomposidad («De las glorias deportivas que campean por España», comienza el del Real Madrid), a la cursilería («Cuentan las lenguas antiguas que un 14 de octubre nació una ilusión», nos informa el del Real Sevilla) y al retruécano («siempre la afición se estremece con pasión», asegura el del Atlético de Madrid). El arranque del himno de la Juventus de Turín reúne todas esas características. Traduzco: «Parecidos a héroes, tenemos el corazón a rayas; llévanos donde quieras, hacia tus conquistas». Son reliquias de otro tiempo. En eso, como en otras cosas, el Nápoles es distinto. Un club que elige como himno O surdato nnammurato («El soldado enamorado», en napolitano) resulta forzosamente especial. Porque el soldado en cuestión no habla de guerra, ni de gloria, ni de invadir Polonia, sino de nostalgia. Es una canción de amor en la que un hombre recuerda desde la distancia a su novia: «Staje luntana da stu core, a te volo cu o penziero…» Los aficionados del Liverpool buscaron algo parecido con You’ll never walk alone, pero lo hicieron mucho más tarde, cuando ya no tenía mérito. El Nápoles tardó muchas temporadas en disputar la Liga italiana, porque no se le admitía. La Liga incluía sólo clubes del norte. En el Mundial de 1990 el público del San Paolo recordó esas viejas heridas. Espoleados por su ídolo supremo, Maradona, quien les recordó la marginación sufrida por los napolitanos respecto a la Italia rica del norte, asistieron a la semifinal Argentina-Italia con una curiosa flema: aplaudieron el himno argentino y, al final, aplaudieron la victoria argentina.

El Nápoles tiene los trofeos que le hizo ganar Maradona. Por lo demás, su historia es bastante desastrosa. Pasó sus peores momentos en 2004, cuando quebró en Segunda y, refundado como Napoli Soccer, fue relegado a Tercera. Eso parecía el colmo de los horrores, pero no. Aún faltaba el día más negro. Llegó a final de esa temporada, en un partido con su más odiado vecino, el Avellino. Quien ganaba, ascendía. Ganó el Avellino. Después de otra temporada en el infierno, se alcanzó al fin el purgatorio de Segunda. El propietario del Nápoles, el productor cinematográfico Aurelio de Laurentiis, probó fortuna enviando un mensaje a Franco Carraro, presidente de la Federación: «Le pido que haga, como el caballero que es, un gran gesto y devuelva a los napolitanos aquello que merecen, la Serie A». No coló, claro. Había, sin embargo, muchísimos napolitanos que realmente esperaban el gesto. La afición del San Paolo, como decíamos, vive de sueños y de sentimientos. Ahora el Nápoles spagnolo de Benítez, Callejón y Albiol, más Higuaín, ha vuelto a la cumbre. Ojalá venza de nuevo, como con Maradona, a los grandes del norte. Aunque sólo sea para que 60.000 gargantas griten hasta la ronquera una canción tan tierna como O surdato nnammurato.